¡Ay, cómo han cambiado los tiempos!, diría mi abuela. Y sí. En el México de la primera mitad del siglo XX, elementos como los pantalones de mezclilla y los overoles eran usados por la clase obrera, quienes también consumían pulque y mezcal. La primera, una bebida que cabe recordar era de uso sagrado y exclusivo de las clases gobernantes en época prehispánica, pero que, con la llegada de los españoles, su consumo se popularizó entre el pueblo indígena de manera indistinta.
Natalia Priego
Natalia Priego
Orgullosa licenciada en Letras Hispánicas. Lectora, correctora y articulista de pasión y de profesión. Mexicanísima de hueso colorado.
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José Revueltas, un hombre y un nombre por muchos citado pero por pocos leído. Quizá…
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Era 1971, los efectos de los años sesenta todavía resonaban con fuerza entre la juventud en éxtasis. Los jipitecos esperaban con ansias al que se convertiría en un ícono de la música rock en nuestro país, el Woodstock de México: el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. Bandas como los Dug Dug’s, El Epílogo, El Ritual, La División del Norte, Peace & Love, Three Souls in my Mind, Los Yaki, Tinta Blanca, entre muchas otras aparecieron en escena frente a más de 75,000 jóvenes eufóricos, convirtiéndose en el primer evento musical al aire libre con una afluencia monumental en el país.
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Las culturas prehispánicas, de las que somos herederos, han sido objeto de fascinación para nacionales y extranjeros, viajeros y exploradores, antropólogos y arqueólogos, historiadores y etnólogos pero, sobre todo, para los artistas plásticos, poetas y escritores.
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“Surrealistas” es un buen adjetivo para describir a los alebrijes. Estas artesanías zoomorfas elaboradas en madera o en papel maché y cartón, tienen un origen onírico, como los seres fantásticos que representan. Gallos con cuernos de toro, burros con alas, perros con cabezas de leones son los personajes surgidos del sueño de don Pedro Linares López.
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La riqueza cultural de México yace en gran parte por la integración sincrética de diversas tradiciones y culturas, cuyos orígenes se remontan mucho antes de la era cristiana. En la región que actualmente comprende nuestro país se desarrollaron algunas de las grandes civilizaciones del mundo, como la olmeca, la mexica, la maya y la purépecha, cuyos avances culturales y tecnológicos fueron tan asombrosos como los que alcanzaron las grandes culturas del Viejo Continente.
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La globalización, el sistema neoliberal y las tendencias del mercado que dictan el mundo de estos días han transformado radicalmente los procesos de producción del arte. A pesar de que México es un país que posee una antigua tradición artesanal, como resultado de las expresiones artísticas –incluso religiosas y de cosmovisión– de las diversas culturas indígenas que cohabitan en él, las técnicas, los diseños, las materias primas y todo el saber ancestral en torno a esta actividad se han ido perdiendo, debido a las nuevas demandas del mercado, la producción en masa y la introducción de materiales comerciales han ido, poco a poco, desplazando el trabajo artesanal.
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Todo Pueblo Mágico tiene una leyenda, la de Tzintzutzan es la siguiente: en tiempos primigenios –cuentan los purépechas– hubo un gran diluvio que destruyó todo lo que existía en la faz de la tierra, solamente sobrevivió un hombre llamado Tezpi, quien mucho tiempo después, cuando el diluvio paró, envió a un tzintzuni, que en lengua purépecha significa “colibrí”, para averiguar si aún había vida en la tierra.
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Al pensar en el estado de Oaxaca, quizá, lo primero que nos viene a la mente es su vasta cultura, su incomparable gastronomía, sus paradisíacas playas, la Guelaguetza, pero también sus magníficos pintores. Algunos de los más grandes artistas plásticos de México nacieron en Oaxaca como Rufino Tamayo, Sergio Hernández, Rodolfo Morales y Francisco Toledo, quien se ha convertido en un referente de la pintura en nuestro país, no solo como creador sino también como un imparable promotor y gestor del arte en este estado.
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Claxonazos, motores, silbatos de policías de tránsito, alarmas de coches, sirenas de ambulancias y patrullas, el sonsonete de “La cucaracha” de las bocinas de los microbuses o el pitido que anuncia la reversa de ciertos camiones son algunos de los sonidos citadinos que acompañan el ajetreado transitar de los chilangos, sin embargo existen otros que con gran dificultad se abren paso entre la estridencia de la urbe.