Si uno sabe ver, los encuentra en todas partes. Y, aunque tendemos a devaluarlos con frecuencia, estereotipándolos de manera discriminatoria, son muchos. Son los ciudadanos de bien, gente de todos los días que se levanta diariamente con la firme intención de ser felices sin necesidad de fastidiar al vecino, robar a sus semejantes o abusar de alguien.
Luis Jorge Arnau Ávila
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Me siento frente al teclado, con la firme determinación de escribir mi nota semanal. De pronto, fugaz y contundente, se cruza en mi horizonte la idea de que el tiempo invertido será inútil, que las palabras morirán en el ciberespacio sin ser correspondidas porque, como se repite a menudo, esta es una sociedad que no lee.
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Al leer sobre esta tradición, sorprende que la veneración del Niñopan o Niñopa, en Xochimilco, sea tan antigua. Al parecer, se trata de una escultura de madera realizada en el siglo XVI, y se cuenta que la figura fue entregada por Martín Cerón de Alvarado, último gobernante indígena de Xochimilco, a su esposa para venderla y conseguir fondos para oficiar las misas por su defunción. De acuerdo a los investigadores, es una de las imágenes de culto católico más antiguas de América, quizá la segunda después de la Virgen de Mercedes en Perú.
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Los chefs mexicanos se cotizan entre los más sofisticados, innovadores y variados del mundo, sus recetas sorprenden, enamoran, atraen a comensales del extranjero que anticipan una cena de primer nivel y han convertido a muchos de esos especialistas en verdaderas estrellas de la cocina.
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Extraño juguete este de la moto, que nos transforma mientras nos agita los cachetes con desenfrenada pasión; insólito y apasionante vicio el de atentar contra las posibilidades de cruzarnos en el camino de un tráiler, encontrarnos con un bache o un tope del tamaño de una banqueta, enfrentarnos a diez canes de distinguida familia y desviaciones eróticas para los neumáticos, o sufrir con la pertinaz cantaleta de la jefa, la novia, la amiga, la maestra, la abuelita: “te vas a matar, te vas a matar”.
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Encuestas van, encuestas vienen, para evaluar tus conocimientos musicales, tu capacidad amatoria, tus gustos y hasta tus temores. Respaldadas por universidades inexistentes o por organizaciones clandestinas, nos quieren comparar para ver cuántos incrédulos se sienten más fuertes después de contestar 823 preguntas sobre plagas bíblicas o si prefieren a las rubias o a las morenas.
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Ya podríamos empezar a cambiar el mundo en casa, respetando los derechos humanos del personal de servicio, ese mundo olvidado de las “chachas”, despectivo genérico que nos describe y nos exhibe como una sociedad discriminadora.
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A México le falta un monumento al inmigrante. Por esa vía, la de quienes se han quedado en este país por elección, hemos sido bendecidos con personajes enormes. Por la puerta de la solidaridad llegaron León Felipe y Tomás Segovia, llegaron Luis Buñuel y Remedios Varo. Por la puerta de la paz se asomó gente que huía de la inconsciencia o gente que buscaba ambientes para la creación, como José Gaos y Vicente Rojo, Manolo Fábregas, Libertad Lamarque y miles de nombres más.
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Diversidad, extraña palabra. Tolerancia, aún más extraña. La primera se usa comúnmente para hablar de naturaleza, de animales de zoológico, de climas, pero en raras ocasiones va dirigida a comportamientos humanos, a grupos sociales, a aquello que, de manera equivocada, llamamos razas (sin reconocer que la raza humana es una sola). La segunda está relacionada con soportar, con aguantar a los demás, más ligada a paciencia que a respeto y aceptación, como si se tratara de una concesión otorgada al otro, siempre desde la superioridad de quien la concede. Son dos palabras que, en nuestro país, presentan grandes retos, aunque a veces nuestra postura –de dientes para afuera– sea ejemplar. Pero estamos en el siglo XXI, habría que aprender a usarlas (y aplicarlas) a menudo, porque cada vez es más evidente la presencia de la primera y la necesidad de la segunda.
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Cierto, ya sabemos que la canción “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez, es la pieza mexicana más interpretada a nivel mundial (se dice que hay más de 200 versiones) y es la que tiene el mayor número de traducciones (23, de acuerdo a una de las páginas que la siguen). No hay compositor mexicano que haya tenido esta difusión, ni que haya sido interpretado por artistas de primer nivel en todo el planeta. Todo por una canción juvenil, aparentemente sencilla y ligeramente cursi.