Historia del culto a San Miguel en Nueva España

Pedro López Hernández

San Miguel del Milagro, ubicado en Nativitas, Tlaxcala, es una comunidad pequeña que se caracteriza por la cercanía con las zonas arqueológicas de Cacaxtla y Xochitécatl. Sin embargo, este sitio encierra algo más, pues en el lugar se levanta un santuario que desde la época novohispana ha jugando un papel importante. A nivel nacional es uno de los centros católicos que reciben más visitas al año.

El 29 de septiembre es el momento cumbre del lugar, ya que hay más visitantes que en los fines de semana pasados o posteriores. Peregrinos arriban con diversos propósitos, para agradecer o rogar, incluso hay turistas que simplemente gustan de estudiar las características del sitio. El sábado y el domingo son visibles lonas de colores y puestos que componen un mercado, mismo que abarca parte de la avenida principal y una pequeña calzada.

Para llegar al sitio se sube a un cerro y a pesar del paso de los siglos, conserva ciertas cualidades. De hecho, el lugar es símil de los antiguos templos prehispánicos, pues nace en medio de una altura considerable desde donde son visibles los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, además de una planicie todavía virgen en ciertas áreas. La brisa corre, mientras el cielo azul brilla.

Si lo que se busca es adentrase al lugar de adoración, resulta necesario transitar en medio del bullicio de los puestos. Se escuchan voces que ofrecen dulces típicos como las famosas alegrías del lugar, allá venden quesadillas con tortillas hechas a mano, por el otro lado mole, cerca artesanías de barro, a unos pasos relicarios, veladoras y figuras religiosas. Después de todo eso, finalmente se llega a un sitio no menos concurrido, pero donde la luz solar es más visible, al igual que una cruz colonial labrada en piedra y un árbol que ofrece sombra agradable.

Finalmente surge el santuario dedicado al arcángel Miguel, considerado erróneamente como príncipe. Con una fachada palafoxiana impresionante pero sencilla realizada en ladrillo rojo y talavera, además del arco principal de cantera, se levanta. No obstante, antes se ubica un pozo cubierto con talavera, donde sobresale una placa de alabastro que representa a un indígena (Diego Lázaro) y al arcángel Miguel.

El santuario es pequeño, pero del techo cuelgan lámparas de cristal cortado y hay pinturas antiguas que datan de la época novohispana, además las bóvedas blancas brindan una imagen de glorias pasadas. El entorno con aroma a mirra y la cantidad de visitantes hacen que el aire del sitio se sienta espeso. Pero lo que llama más la atención, aparte del trazo del templo en forma de cruz latina, es una estatua (talla policromada de 1693) ubicada al fondo y a la que se llega desde el centro. La estatua es de tez clara, incluso presenta cabello castaño rizado, además su armadura es similar a la de los conquistadores españoles. Algo interesante es que en el lugar existe un púlpito de origen chino, decorado con laca y paisajes con pagodas y aves.

Localización del santuario

Las leyendas declaran que en 1631, el indígena Diego Lázaro fue honrado de repente, cuando los cielos se abrieron y dejaron ver a una figura de apariencia andrógina, con una armadura que tenía al Sol y a la Luna, además de estrellas. Sólo él pudo ver al arcángel Miguel quien le habló y le pidió que comunicase un futuro milagro que obraría. Debido a que el muchacho se negó a declarar esto, sufrió una fuerte enfermedad, pero el arcángel lo sanó y lo trasladó a un lugar, el cerro Tzopiloátl (o Tzopilotl) y allí la aparición hizo brotar agua bendita, además le señaló que ahí mismo debían erigir un santuario para adorarle.

Con el paso de los años, el obispo Juan de Palafox y Mendoza mandó erigir un centro de adoración, ya que anteriormente era un sitio más modesto y pequeño, incluso el obispo logró que la hospedería se ampliara, pues peregrinos llegaban de diversas partes para adorar a esta figura. De hecho, el actual santuario tiene una ubicación interesante, ya que como en el gran retablo donde se representa la aparición del arcángel Miguel, en un terreno inaccesible se erigió el santuario, incluso la flora y la especie de colina que rodea al lugar constatan que hace mucho tiempo era una elevación.

Un aspecto interesante es que el lienzo expone a demonios vencidos por ángeles en un cerro que está un poco más allá (el del fondo), mientras el milagro ocurre. En la actualidad, las zonas arqueológicas Cacaxtla y Xochitécatl se alzan sobre el valle y montañas verdes las muestran imponentes. La iconografía del óleo es demasiado específica, ya que donde las huestes malignas se encuentran es la ubicación exacta de los centros prehispánicos. En primer lugar, Cacaxtla es el cerro más cercano al santuario. Otra prueba clara, así como histórica es que por medio de las obras pictóricas se adoctrinaba, de modo que no es coincidencia que se simbolice al mal en el lugar donde las civilizaciones precolombinas (olmecas-xicallancas) del valle se desarrollaron, pues así se advertía a los pobladores a que no debían volver a dichos sitios, o bien, debían relacionar a San Miguel con sus pasados ritos porque se trataba de su dios que, a pesar de la Conquista, no los había abandonado.

Con la colonización, estos sucesos religiosos son comunes como en el Tepeyac (que igualmente es una elevación), ya que se buscó evangelizar y no fue tarea sencilla, precisamente porque muchos nativos se resistían a dejar sus tradiciones y cosmogonías. Martín Ocelotl ejemplifica la actitud descrita a pesar de que era de Texcoco, pues fue bautizado pero no dejaba de practicar brujería (algo que realizaba antes de la subyugación hispana).

Es necesario aclarar que Cacaxtla y Xochitécatl ya estaban desolados, pero cuando los conquistadores llegaron e impusieron su visión del mundo, las personas de la región no querían olvidar su pasado y deseaban continuar con sus tradiciones, razón de que sus prácticas no terminaban y posiblemente lo que les quedaba para recordar a sus ancestros era mirar o frecuentar hacia esos sitios. María J Rodríguez Shadow y Robert D. Shadow explican en ‘La religiosidad popular en el Santuario de San Miguel del Milagro’:

“Cacaxtla tuvo, como ya se mencionó, una larga ocupación y alcanzó su mayor apogeo entre 650 y 950 de nuestra era [después de Cristo]; alrededor del año 1000 fue abandonada, probablemente habitada ya sólo por algunos grupos campesinos. Hay indicios de que hacia el Posclásico la gente desalojó el cerro de Cacaxtla y se concentró en lo que hoy es San Miguel”.

Resulta interesante ver el códice Xochitécatl, que data de 1632, pues allí se representan las zonas arqueológicas de Nativitas y la llamada ‘iglesia de San Miguel Xochitecatitla’ (una capilla que ya no existe, pero hay otra del siglo XIX que hasta hoy conserva ese nombre). La construcción original del siglo XVII demuestra la temprana lucha sostenida para eliminar lo pagano.

¿El arcángel ya había aparecido en la época prehispánica?

A finales de septiembre, los cambios climáticos son evidentes y el aire frío corre, además los rayos del Sol son persistentes. Miles de personas arriban a San Miguel del Milagro en bicicleta, transporte público, automóvil, caminando o a caballo. Desde temprano resuenan cohetes y las flores son una ofrenda común.

Esto mismo ocurría siglos antes y la Pirámide de las Flores (que se alza en Xochitécatl) era el centro de atención y a ella arribaban sacerdotes y pobladores del valle, debido a los rituales que tenían lugar por el tepeílhuitl, la fiesta de los cerros. Aquel día se realizaban sacrificios, además la alineación del Sol (por el inicio de otoño) marcaba un tiempo propicio para suplicar por cosas como la fertilidad. Con la colonización, los evangelizadores adaptaron esto al 29 de septiembre (no a mucha distancia de la celebración original).

Hernán Salas Quintanal dice en ‘San Miguel Arcángel y tepeíhuitl’: “En Xochitécatl, centro ceremonial enclavado en la cima de un volcán extinto, orientado y ubicado deliberadamente entre los volcanes Iztaccíhuatl, Popocatépetl y La Malinche, los rituales se realizaban en un lugar especial, con asociaciones naturales cargadas de simbolismo, vista a los volcanes, al valle y al espacio sideral, con elementos rituales, ofrendas, altares, fogatas, vasijas, incensarios, figurillas. Un día las actividades cotidianas se detenían y sobre la pirámide, en medio de la contemplación del paisaje cultural descrito, se llevaban a cabo ceremonias que buscaban combatir el mal, proteger a la población, procurar la fertilidad de los campos y del agua”.

La imagen del arcángel Miguel tiene antecedentes en la época prehispánica, pues como se ha visto, su culto sirvió para sustituir las raíces paganas. De hecho, expertos han opinado que se trata de la deidad tlaxcalteca Camaxtli (de la guerra), debido a que Miguel también es conocido por sus luchas y combates, como la que libró con las fuerzas malignas por el cuerpo de Moisés (Miguel no pronunció maldición ni edicto, porque sabía que eso sólo le correspondía a Dios y esto choca con la idea brindada por el catolicismo, donde se le representa como mediador entre lo divino y lo humano).

Pero si se analiza con detenimiento, hay más similitudes entre la imagen labrada de San Miguel y Tláloc. Podría parecer una falacia, pero existen muchas cosas en común entre ambos. Por ejemplo, la celebración de los mencionados ocurre a finales de septiembre y la fiesta de los cerros también se dedicaba a Tláloc. De hecho, en el Museo de la Zona Arqueológica de Cacaxtla, se exhibe una figura que representa a un sacerdote de la deidad prehispánica mencionada. Cabe recordar que los sacerdotes vestían de manera semejante al dios que servían, o bien, lo personificaban. El hombre usa una máscara similar a un casco y un faldellín que está rematado con olivos. Tláloc también era representado con pectoral, incluso con un tocado de plumas de quetzal y de garza, sin olvidarnos de los huaraches.

Si sé es más observador, lo anterior se puede encontrar en la representación utópica del ser angélico, pues usa calzado abierto, viste faldellín, tiene un casco con plumas, porta un pectoral y aunque en su mano posee una rama de olivo por el significado de santidad, esto también tiene doble sentido, incluso lleva un bastón con forma de cruz, pero cabe decir que el amo nativo de la lluvia también iba acompañado de un cetro, aunque este era serpentiforme y simbolizaba al rayo.

El milagro también es un tema claro para discernir que Miguel en realidad es Tláloc disfrazado, pues el primero hizo que del cielo emanara agua y brotara un pozo del líquido mencionado. Recordemos que Tláloc es deidad de la lluvia y del agua, así que no es coincidencia que se haya representado a un ángel ordenándoles a las nubes que hiciesen descender agua. Incluso, los cerros eran sitios donde se podía tener una comunión más próxima con este ídolo, de ahí que el santuario esté enclavado en una cima. Pero eso no es todo, ya que en San Miguel del Milagro hay una cueva donde se dice que el diablo fue encerrado. La cueva es algo común cuando se habla del dios de la lluvia, porque Tecuciztécatl (su hijo), estuvo en una ermita de cierto cerro, antes de que fuese transformado en la Luna, de ahí que también las grutas están fuertemente relacionadas con la cosmogonía precolombina.

Puesto con coronas florales

Durante la época prehispánica, las personas utilizaban el yauhtli (pericón) para Tláloc, como protección contra malas influencias. Como refiere Carmen Aguilera en ‘Flora y fauna mexicana’: “Todavía hoy se sigue empleando el pericón para ahuyentar los males. En los pueblos del estado de Morelos se hacen cruces de la yerba que se cuelgan de las puertas de la casa la víspera de San Miguel, el 29 de septiembre, para ahuyentar los malos espíritus que merodean en esa noche […]”. Una tradición completamente prehispánica que perdura en el santuario de Nativitas es utilizar una corona de flores si se visita por primera vez el lugar y esta se ofrece como ofrenda, lo cual se realizaba con deidades en ritos mencionados.

Vale la pena destacar que la representación del arcángel Miguel que se ha descrito ya había madurado en Europa, bajo la autoría del belga Martín de Vos, quien se inspiró en Apolo (también conocido como dios protector), incluso esto muestra el modo en que las raíces grecolatinas sobrevivieron en los cultos que se suponían espontáneos. No obstante, la imagen europea logró una gran aceptación en territorio mesoamericano (sobre todo por las razones expuestas a lo largo del texto), incluso esa misma fue venerada en otras colonias españolas, como en Filipinas (en Manila se encuentra una iglesia antigua llamada San Miguel).

Hoy por hoy, el sitio tlaxcalteca atestigua el sincretismo cultural, con cosas que van desde un mercado con gastronomía distintiva, hasta las costumbres ancestrales maquilladas. Sin duda, en México siempre encontramos algo que nos deja sin aliento.

Historia del culto a San Miguel en Nueva España was last modified: septiembre 11th, 2023 by Mexicanisimo

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