El día del encuentro: Moctezuma y Cortés

El 8 de noviembre de 1519 sucedió un hecho que marcó el destino de nuestro país. Un hecho que no suele digerirse con facilidad y que tal vez por esa razón pasa desaparecido dentro de nuestro calendario cívico.

Fue precisamente en esa fecha cuando se materializó el primer encuentro entre Hernán Cortés y el huey tlatoani Moctezuma Xocoyotzin, justo a las puertas de la entonces invencible ciudad de México-Tenochtitlan.

El resultado lo sabemos: el 13 de agosto de 1521 cayó la ciudad de Tlatelolco, la hermana gemela de Tenochtitlan, en poder de los españoles. Con ello, prácticamente se logró la conquista de Mesoamérica. Sin embargo, es interesante repasar los detalles.

Desde que Cortés arribó a la Península de Yucatán, pero sobre todo a los territorios del actual Veracruz, comenzó a escuchar historias fantásticas. Relatos que hablaban de la existencia de una opulenta ciudad que pertenecía a un feroz pueblo guerrero. Una urbe rica en oro, plata y plumajes; refinada, distinguida, cuyos habitantes eran hijos del Sol. De hecho, su líder (Moctezuma) era la encarnación misma de Dios.

De entre estas historias, que parecían extraídas de un sueño, los españoles rescataron varias palabras: oro, plata, piedras preciosas.

Mientras tanto, del otro lado de la línea, la llegada de aquellos seres extraños no pasó desaparecida para el líder mexica, al contrario. Moctezuma conocía muy bien las antiguas leyendas, las profecías. Sabía que el benigno, pero no inofensivo, Quetzalcóatl había prometido regresar para reasumir su reino. La fecha coincidía, así como las circunstancias. Sí, todo parecía indicar que el viejo dios estaba de regreso.

¿Qué podía hacer Moctezuma? Lo que consideró mejor: enviarle ricos regalos para tratar de sobornarlo. Plumas preciosas, huesos tallados, joyería fina, collares, aretes, telas bordadas, pedrería vistosa, pero, sobre todo, abundantes cantidades de oro y plata. Si la idea era convencer a aquellos extraños de que se marcharan, los presentes provocaron el efecto contrario. Ante semejantes obsequios, se dice que Cortés exclamó: “los españoles somos afligidos por una enfermedad del corazón que solo el oro puede remediar”.

Si el conquistador ya tenía la intención de llegar a Tenochtitlan, desde entonces esta idea se le convirtió en obsesión.

Foto: Graham Duggan

Desde luego no tardó en enterarse de que la mayor parte de los pueblos estaban descontentos con los mexicas, pues eran sometidos a pesadas cargas económicas mediante el tributo (que iba de los productos del campo a las materias primas), la guerra y el trabajo.

Cortés jugó muy bien sus cartas, pues, con dos manos a la vez, por un lado les prometió a los inconformes ayudarlos a liberarse del yugo mexica, al tiempo que los instó a dejar de pagar los tributos, y, por el otro, a Moctezuma, siempre por medio de los eficientes emisarios, le propuso ser mediador y le prometió ser hombre de paz.

La marcha de los españoles hacia Tenochtitlan no estuvo exenta de dificultades, pero en general fue favorable para ellos, pues sumaban cada vez más aliados. Por su parte, el tlatoani se debatía entre dos posturas: combatir a esos “dioses” o recibirlos con honores.

La verdad es que hizo todo lo que estuvo a su alcance para impedir que llegaran: les encargó a los pueblos aliados que los combatieron, pidió a los magos que les lanzaran encantamientos, realizó sacrificios a los dioses para rogarles que detuvieron la marcha de esos extraños, consultó a sus consejeros políticos, a los militares, a los adivinos. Nada parecía salirle bien.

Al final, enfrentó a su propio consejo, pues algunos miembros estaban irritados con él por su posición, a la que calificaban de cobarde. Los guerreros y las armas estaban listas para aplastar a los invasores, pero el dirigente se mostraba en exceso cauto.

Durante la víspera de la llegada, el terror invadió las calles de Tenochtitlan. Los informantes de Sahagún así lo recordaron: “Reinaba un temor general […], estuvo todo muerto; no salía nadie a la calle. Las madres no querían dejar salir a sus hijos; nadie pasaba frente de otro; se retiraban en sus casas, dedicados solo a su pesar. La gente decía: ‘Dejadlo’, ¡Que sea maldito! ¿Qué queréis hacer? Ya moriremos; ya pronto nos aniquilarán, ya pronto veremos la muerte”.

El 8 de noviembre ingresó por la calzada sur un contingente aproximado de 400 españoles, 4 mil tlaxcaltecas y guerreros aliados venidos de otros pueblos, así como 16 caballos.

Un nutrido séquito salió a recibirlos. Esto era extraño. Moctezuma rara vez se dejaba ver en público. Cuando pasaba por la calle, los súbditos debían bajar la mirada. Varias mujeres barrían el camino por donde habría de pasar, colocaban telas y petates para que no pisara el suelo, e iban arrojando pétalos de flores hermosísimas.

Foto: Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla

Cortés dudó. Ya antes lo habían tratado de engañar. Algunos nobles se habían hecho pasar por Moctezuma, pero él había descubierto el engaño.

En su segunda Carta de relación, el propio conquistador recuerda el suceso: “Pasado este puente, nos salió a recibir aquel señor Mutezuma con hasta doscientos señores, todos descalzos y vestidos de ropa bien rica, más que la de los otros, y venían en dos procesiones muy arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha y muy hermosa y derecha […] y el dicho Mutezuma venía por medio de la calle con dos señores, el uno a la mano derecha y el otro a la izquierda”.

Según la tradición, el sitio exacto del encuentro fue en la esquina de la calle de República de El Salvador y la avenida Pino Suárez. Ahí se localizan el Templo de Jesús Nazareno (donde se dice que está sepultado el conquistador, a la izquierda del altar) y el antiguo Hospital de Jesús. En el lugar se encuentran dos placas conmemorativas que recuerdan el suceso.

“¿Acaso eres tú? ¿Es que ya tú eres? ¿Es verdad que eres tú Motecuhzoma?”, le preguntó Cortés a un desconcertado tlatoani, quien atinó a responder “Sí, yo soy”, tras lo cual prácticamente le entregó la ciudad a los extraños, siempre creyendo que se trataba de poderosos dioses.

“Señor nuestro: / Te has fatigado, / te has dado cansancio: / ya a la tierra tú has llegado. / Aquí has venido a sentarte en tu trono. / Oh, por tiempo breve te lo reservaron […] Como que esto es lo que nos habían dejado dicho / los reyes, / los que rigieron, / los que gobernaron en tu ciudad: / Que habrías de instalarte en tu asiento, / en tu sitial, / que habrías de venir acá // […] Pues ahora se ha realizado: ya tú llegaste // […] Llega a tu tierra, / ven y descansa; toma posesión de tus casas reales; da refrigerio a tu cuerpo. // Llegáis a vuestra tierra”.

Cortés le tomó la palabra y no tardó mucho en apoderarse de todo.

 

Fotos:

El día del encuentro: Moctezuma y Cortés was last modified: noviembre 8th, 2018 by Carlos Eduardo Díaz

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