De la sensibilidad de una gran poetisa: Paula Alcocer

Paula, que con los años sería reconocida como una de los mejores poetas con el Premio Jalisco en letras en el 2000, nació en Salamanca, Guanajuato, en 1920. La escritora contaba que su primer acercamiento a la poesía fue a los 12 años, cuando por azares del destino vivía en Santa Paula, California y estudiaba el high school; ahí, recibió un premio por las reseñas que realizaba de sus lecturas y ganó una antología de poetas anglosajones que conservó para siempre.

Dotada de una enorme sensibilidad para interiorizar los acontecimientos de la vida a través de “los cinco ríos de sus sentidos”, como escribiría de ella su gran amor, Xavier Aguilera, Paulita se fue convirtiendo en una extraordinaria poetisa que, a su llegada a Guadalajara en 1953, se relacionaría con otras de las mentes brillantes de esa época, en sus tertulias en el café Nápoles. Así se hizo amiga de Enrique González Martínez, Adalberto Navarro y Arturo Rivas Sáinz, además de llegar a conocer a Juan Rulfo.

Paula Alcocer escribió Párvula voz en 1949, Poemas en 1952, Entre la fiesta y la agonía en 1960, Muerte en junio en 1979, Aún hay sol en las bardas en 1995, Viñetas de Guanajuato en 1997, De la vejez y otra alborada en 1999, Tiempo de Ángeles en 2000, y Diván de cuentos cortos en 2000. Si tuviéramos que rescatar las principales temáticas que abordaban sus textos, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que fueron la maternidad, el dolor y la religión; por eso, aquí dedicamos un espacio para profundizar en cada una de esas áreas:

 

La maternidad

La primera aproximación que tuvo, como todos, a este tema fue con su madre. A ella, le dedicó su poema “Génesis” en Párvula voz, cargado de amor y agradecimiento, manifiesto de esa gran conexión entre madre e hija y de una añoranza por el vientre materno.

¡cómo anhelo aquella paz con que nacía

bajo tu vientre en flor,

muerta ya y aún no nacida!

Luego lo experimentó con sus propios hijos: Mireya y Javier. Llegó de la mano de ellos a Guadalajara, sola y abatida por la muerte de su esposo. A ellos habría de dedicarles muchos de sus versos a manera de canción de cuna. A su hija, su “sonajero de risas”, le escribió todo un “Rosario de alegría”; por ella mandó telegramas a toda clase de mundos fantásticos para que las hadas acudieran al bautismo de su niña. De él, su niñito nacido al alba, hizo un retrato de su forma de jugar y de dormir.

Su hija, Mireya Aguilera, la recuerda como “una mujer especial, una mujer que luchó por sus hijos, que escribía por las noches y que nunca perdió la esperanza”; la imagen más vívida que tiene de su madre es “el teclear de sus dedos sobre el cuaderno donde escribía, contando las sílabas para respetar la métrica del poema”. Así, la poesía se volvió para la escritora un vínculo con sus hijos a través de las palabras, pero también de las acciones, pues Mireya se acuerda muy bien de cómo su mamá escribía sus poemas en libretas para, después de corregirlos, transcribirlos a máquina, labor que con la llegada de las computadoras le tocó a ella llevar a cabo, fortaleciendo la relación de admiración entre ellas.+

 

El dolor

Este es un factor siempre presente en la poesía de Paula. Sin embargo, no es un dolor que se recrea en el sufrimiento, sino más bien, uno sereno, esperanzado, porque lo que importa no es sentirlo, sino lo que se hace con él y, Paulita, como verdadera poetisa, supo hacerle frente y transformarlo en arte.

Su esposo, Xavier Aguilera, explicaba que “el alma-espejo de Paula recoge lo que encuentra dentro y fuera de sí para exteriorizarlo en poemas”, un proceso de perderse y hallarse a sí misma, del que tuvo que hacer uso cuando, tiempo después, perdió a su compañero de vida. Así surgió Muerte en junio, dedicado “a Xavier, quien ya no habrá de leerlos nunca”; un libro testigo de la desgarradora añoranza con la que la autora clamaba a su esposo muerto, pues “el corazón vuelve siempre donde su amor ha caído”:

Te buscaba, te buscaba

y olvidé que estabas muerto;

que ya nunca volverás,

desandando carne y tiempo.

Mireya habla respecto al sentir de su madre y aclara que el dolor que siempre la acompañó no era de enfermedad, “sino ese que anida en el alma de esos seres sensibles”.

 

La religión

La fe ha de ser, para cualquier creyente como Paulita, un refugio de consuelo y la lectura de La Biblia un alimento espiritual. Colmados de referencias del Libro Sagrado están sus poemas, ya que de ahí le venía la fortaleza. Decía Antonio Castro Leal de ella: “canta la miseria de Job en un poema excelente y celebra los regocijos de la Epifanía en un romance cristalino”, por lo tanto es fácil deducir que detrás de todo eso, está su clara necesidad de trascender, de unirse con Dios.

Porque estos ojos míos habrán de verte un día,

Señor de mi esperanza,

desde ahora los lavo

luz a luz, llanto a llanto.

“Ella me contaba que desde pequeña se aislaba en sus sueños y ya en su adolescencia y su juventud, en la búsqueda de Dios”, comenta su hija.

Con respecto a su pasión por los libros, la propia Paula decía: “a lo mejor cuando me llegue el ángel de la muerte le voy a decir: espérame tantito, déjame terminar éste, que estoy en lo más interesante”.

Paula Alcocer murió el 12 de enero de 2014 y, como bien lo dice su hija, “escribir fue su vida y leer, su delicia”. Hoy, en el cumpleaños de su “princesa de los reinos maravillosos”, Mireya, la queremos recordar.

 

Foto: Facebook Paula Alcocer Rivas.

De la sensibilidad de una gran poetisa: Paula Alcocer was last modified: septiembre 29th, 2018 by Karen Sofía Franco Cisneros

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