San Ángel, de pueblo a barrio mágico

A partir de mediados del siglo XX la ciudad de México comenzó a crecer de manera muy acelerada comiéndose en el proceso muchos pueblos y municipios que en su origen estaban separados de ella, lo cual implicó que algunas historias, tradiciones y formas de vida se fueran perdiendo con el paso del tiempo. Tal es el caso del pueblo de San Ángel.

Localizado al sur de la ciudad, San Ángel tuvo su origen en un pequeño poblado de época prehispánica que tenía por nombre Tenanitla, “lugar cercado por murallas”, que quizás haría referencia a su cercanía con el pedregal. Con la llegada de los españoles y la religión católica, el sitio comenzó a cambiar.

Foto: Karina Flores

En 1535 los dominicos fundaron una ermita dedicada a la virgen del Rosario y posteriormente comienzan la construcción de una iglesia dedicada a San Jacinto. Pocos años después, un noble indígena de la zona les vende a los carmelitas unos terrenos, muy a pesar de sus vecinos dominicos, donde en el año 1615 se construye un colegio dedicado a San Ángel Mártir, de donde el pueblo tomaría el nombre y el cual aún se conserva con sus bellas cúpulas. Este colegio y la iglesia construida a su costado tenían una enorme huerta, la huerta de Chimalistac, que estaba llena de árboles frutales, ubicada junto a un río.

A partir del siglo XVII, su lejanía del ruido, suciedad y mal olor de la Ciudad de México, así como la presencia del convento y la huerta, provocó que algunos individuos adinerados, pertenecientes a la nobleza del entonces virreinato de Nueva España, decidieran construir en sus alrededores algunas casas y edificios que les sirvieran como lugares de descanso. De esta época todavía podemos apreciar algunas de estas bellas edificaciones, verdaderos palacios de la época, como es el caso de la casa del mayorazgo de los Fagoaga (siglo XVIII), la casa de la Marquesa de la Selva Negra (siglo XVIII) o la Casa Blanca (siglo XVII), antigua casa de los condes de Oploca y escenario de algunas leyendas, como la de don Lope y doña Giomar.

Foto: Karina Flores

Debido a lo agradable y cómodo de la zona, varios fueron los virreyes que decidieron pasar en esta villa sus veranos, como fue el caso de don Juan de Palafox y Mendoza en 1642, o de don Francisco de Güemes y Horcasitas, segundo conde de Revilla Gigedo, en 1753. Es de suponer que en estos casos alguna parte de la corte del virrey se trasladara con él, lo cual le daría un aire de fiesta y de importancia al pequeño pueblo, el cual para 1790 ya tenía algunas calles que continúan hasta nuestros días, como es el caso de la calle de Frontera, antes llamada Cuazintle, o la del Santísimo, antes llamada de Omatl.

El pueblo continuo con su apacible vida durante el siglo XIX, su tranquilidad interrumpida en momentos puntuales de la historia, como fue durante la Guerra de Independencia o durante la invasión estadounidense en el año de 1847, cuando ocurrió la batalla de Padierna. Fue en la plaza del Carmen donde algunos irlandeses que habían decidido cambiarse al lado mexicano y luchar contra sus antiguos compañeros fueron ejecutados, mientras que a otros prisioneros los azotaron. Tiempo después los vecinos del pueblo decidieron talar los árboles donde habían sido amarrados los prisioneros para intentar borrar esa memoria.

Foto: Karina Flores

Para finales del siglo XIX y principios del XX comenzó a hacerse más popular el visitar el pueblo de San Ángel para ir de paseo, esto por la existencia de mejores vías de comunicación, las cuales incluían un camino para automóviles, tres líneas de tranvías eléctricos, una que iba a Chapultepec, otra que iba a Tizapán y una última que iba a Churubusco, y algunas estaciones del tren que iba rumbo a Cuernavaca, las cuales, además, servían para comunicar esta población con otras pertenecientes al municipio del mismo nombre.

Al mismo tiempo, el crecimiento industrial de la ciudad no pasó desapercibido para esta localidad, la cual comenzó a ver el surgimiento de fábricas como la de papel de Loreto y otras fábricas de textiles que se colocaron en las cercanías del antiguo Río Magdalena y que favorecieron el surgimiento de viviendas para obreros en las cercanías del pueblo.

Foto: Karina Flores

Y así llegamos al siglo XX, cuando el crecimiento de la ciudad comenzó a comerse antiguos pueblos que en un principio no formaban parte de la Ciudad de México. En el caso de San Ángel, ocurrió en primer lugar con la creación del camino a San Ángel, que durante la primera mitad de esa centuria se convirtió en la actual Avenida Revolución. Mientras que para la década de 1950, la construcción de la Ciudad Universitaria y la creación de la zona residencial del Pedregal hicieron necesaria la construcción de la avenida Insurgentes, con lo cual el pueblo pasó de manera irremediable a formar parte de la gran urbe que es la Ciudad de México.

San Ángel, de pueblo a barrio mágico was last modified: marzo 6th, 2018 by Alberto Trejo Martín

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