La rayuela

Pues no, esta vez no discutiremos la novela de Cortázar. Hablaremos de los pasatiempos que creamos en nuestro pasado y que hoy, víctimas de la vorágine tecnológica, casi han desaparecido de nuestras calles, donde podían jugarse sin riesgo de ser atropellados por un microbús echando carreritas en reversa.
Quizá algunos ya los olvidaron, pero antes, cuando se jugaba con cualquier cosa, las calles eran el escenario y la inventiva hacía milagros. No había nientendos, ni geimbois, ni pleisteishons y nadie se moría (debido a eso, porque la gente fallecía de muchas otras cosas). Hoy, sin embargo, ante la violencia que toleramos los adultos vale la pena recordar esos placeres infantiles que, vistos desde la óptica actual, eran un poco aburridos. Tal vez vistos desde la óptica de entonces también lo eran, pero no había de otra; era eso o le ibas a ayudar a tu tía Marabunta a tejer. Con ellos pasábamos el recreo, la tarde y algunos fines de semana, siempre y cuando los adultos no nos exigieran que nos estuviéramos quietos. Algunas cosas no cambian.
Los siguientes juegos típicos provienen de la prehistoria infantil y se diluyeron en el siglo XX pre-electrónico. La mejor bibliografía que encontré para este artículo está atorada en la memoria de mis amigos y amigas quienes viajaron a su lejanísima infancia para recordar sus andanzas escolares.

Empezaremos hablando del avión, un juego que si, el día de hoy, un niño descubriera pintado en el pavimento, podría considerarlo una pintura rupestre como las de Nasca. Eran aviones un poco extraños porque tenían cuatro alas –el 4, el 5, el 7 y el 8– y una enorme trompa redonda en el 10, salpicados de piedras o bolas de periódico mojado que indicaban los cuadros que debías esquivar. Si no pisabas raya, podías seguir brincando, pero si eras tan torpe como Macedonio, mi vecino, antes de llegar al 2 te regresaban al inicio.
Otro juego tradicional eran las canicas, también llamadas “cuicas” o “cuirias”, que consumían por horas a los infantes y a sus rodillas que quedaban rasposas cual piedra pomex a causa de estarse arrastrando mientras lanzaban su “tirito” (la canica más especial) contra las agüitas, tréboles, bombochas y canicones, hasta que el contrario quedara “calacas”. Para eso, las técnicas eran variadas, ya que podían arrojarse desde el suelo, “altas desde su rodilla”, de “uñita” (muy femenino) o de “huesito” (como debía ser). Las variaciones incluían el “hoyito” (yo jugaba con uno que hicimos en la alfombra de la casa) o la “rueda”, pero había que “pintar su raya” para que no te hicieran “chiras pelas”.
Entiendo que, a estas alturas de la narración, los menores de 20 años imaginen que estoy hablando en croata antiguo, pero podrán valerse de un anciano treintañero para que les explique los detalles.
Las niñas, por su parte, preferían la matatena, quizá porque eran más rápidas para arrojar la pelota y levantar las piedritas o las semillas antes de que la bola cayera por segunda vez; los niños, tras varios errores que ponían en tela de juicio su habilidad, emigraban a otras actividades.
También podían pintarse dos círculos en el piso para jugar stop, que consistía en declarar la guerra al peor enemigo y salir huyendo antes de que el despistado cuyo país fue mencionado detuviera a los contrincantes y calculara el número de pasos requeridos para alcanzar a uno de ellos.
Niñas y niños tenían sus preferidos. Ellos iban a la rayuela o los volados y ellas al resorte o a saltar la reata. Las reglas cambiaban de ciudad a ciudad, de escuela a escuela o de esquina a esquina, aunque siempre en los juegos masculinos se privilegiaba alcanzar un ganador y en los de ellas completar ciclos para hacer el juego más difícil, subiendo la altura del resorte o dando más velocidad al giro de la cuerda.

Otras diversiones, ya casi obsoletas, de las que aún se acuerdan las abuelas sin Alzheimer, son la rueda de San Miguel; ponerle la cola al burro; saltar el burro; un, dos, tres… ¡calabaza!; a la víbora de la mar; un avión cargado de…; naranja dulce, limón partido; el patio de mi casa; matarile-rile-ron; doña Blanca; la roña; Juan pirulero; y otros donde ponían a los pobres infantes a cantar por horas para ver si se aburrían y se dormían temprano. Algunos eran soporíferos, pero otros podían llegar a ser divertidos.
La lista continúa, para deleite de nuestras infancias dormidas. ¿Recuerdas otros? Ayúdanos a ampliar la lista que incluye quemados, encantados, bote pateado, escondidillas, el patio de mi casa, salero y las estatuas de marfil. Para días de lluvia o de encierro se practicaban dígalo con mímica, timbiriche, ahorcados, submarinos, serpientes y escaleras, ¡caricaturas… nombres de!, basta, la oca y otros. No había necesidad de comprar el cassette o el dispositivo, todo era cuestión de voluntades.
Sobreviven pocos, como el papalote o la lotería que aún se canta en las ferias de pueblo, porque el trompo, el yo-yo y el balero hoy son piezas de colección o curiosidad artesanal.
Pero eso sí, entonces y ahora, si hubiera que premiar al juguete del siglo (y de varios más), no habría objeción de nadie para reconocer a ese maravilloso producto que, sin necesidad de chips, pilas, ni consolas, es el elegido por todos: la pelota.

La rayuela was last modified: agosto 31st, 2017 by Mexicanisimo

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