Hernán Cortés

En la actual calzada México-Tacuba, en el Distrito Federal, se levanta un añejo fantasma olvidado. Se trata de un árbol. Al menos lo fue alguna vez. Ahora no es más que un esqueleto carcomido por el tiempo y por el fuego. En vida, sin embargo, este árbol fue un ahuehuete y, según la tradición, bajo sus ramas se sentó el conquistador Hernán Cortés a llorar la derrota de su ejército aquel 30 de junio de 1520, cuando sucedió el episodio conocido como la Noche Triste.

Siglos más tarde, en 1977, un borracho le prendió fuego, por lo que sólo quedó el pedazo de tronco marchito que ahora conocemos.

¿Pero en realidad lloró Hernán Cortés debajo de este árbol? Repasemos la historia.

Cuando el conquistador se hallaba instalado en la ciudad de Tenochtitlan, y con Moctezuma ya en calidad de prisionero, enfrentó un inconveniente que no resultaba menor: la ira del gobernador español de Cuba, Diego Velázquez, quien se sintió traicionado ante la rebeldía y la desobediencia de Cortés.

No fueron pocas las personas que le advirtieron a don Diego que aquel hombre no era de fiar, mucho menos era el idóneo para encabezar aquella expedición tan ambiciosa. Aquel soldado –le aseguraban– era aficionado a la aventura, a las mujeres, al juego. La ambición solía cegarlo. Muy tarde el gobernador entendió su error. Para entonces, Hernán Cortés se encontraba ya en nuestro país y había fundado la Villa Rica de la Vera Cruz, pues según las leyes españolas, si se fundaba una ciudad con cabildo, esta nueva población se volvía autónoma al instante. Los hombres de confianza del conquistador asumieron los cargos administrativos y el propio Cortés fue nombrado capitán general y justicia mayor de la expedición, con lo que política y jurídicamente se desvinculó de Cuba y quedó bajo el mando exclusivo del rey Carlos.

Al enterarse de estas acciones, el gobernador montó en cólera y envió una expedición para arrestarlo. Cortés, a su vez, decidió luchar antes que rendirse. No calculó mal, pues su triunfo fue sencillo, rápido y sin violencia. ¿Cómo lo logró? Sobornó a los soldados y les prometió riquezas y gloria. Con esto, consiguió sumar a cerca de 1,000 hombres a su ejército.

Sin embargo, no todo fue ganancia para él, pues cometió un error que mucho habría de lamentar: para cubrir su ausencia (pues fue al encuentro de la expedición enviada por Velázquez) nombró a Pedro de Alvarado como encargado de la plaza. Coincidió que una de las principales festividades mexicas se acercaba, por lo que algunos nobles solicitaron autorización a Alvarado para poder celebrar. El español no tuvo objeción y dio su visto bueno. La única condición era sencilla: que los nobles mexicas no llevaran armas.

Alvarado mantenía un temor oculto. No en balde sus aliados le habían advertido sobre supuestas conspiraciones mexicas, quienes estarían esperando el momento idóneo para atacarlos. Pensando en esto, y aprovechando que los dirigentes de la ciudad se encontraban reunidos e indefensos, Alvarado ordenó abrir fuego.

El resultado fue por demás funesto: 4,000 indígenas muertos, entre hombres, mujeres y niños. Esta matanza irritó al pueblo, que sitió a los invasores en el palacio que había pertenecido al rey Axayacatl. Este fue el panorama que encontró Hernán Cortés a su regreso.

Aunque logró ingresar a la ciudad, se dio cuenta de que su suerte estaba trazada. En un intento desesperado, pidió a Moctezuma que se dirigiera al pueblo para tratar de tranquilizarlo. La historia dice que la gente lo recibió con rencor en medio de una lluvia de piedras y flechas. A causa de las heridas, murió al poco tiempo. La otra parte de la historia asegura que los españoles lo asesinaron.

Ante el escenario adverso, Cortés decidió escapar. El plan era huir a la medianoche, en completo silencio. Así, salieron del palacio los españoles, sus caballos y sus aliados tlaxcaltecas. Resultó ser una noche lluviosa, lo que dificultaba el paso. Además, muchos de los españoles iban excesivamente cargados de oro.

Comenzaron a avanzar con dificultad y silencio, pero, de pronto, una mujer que había salido por agua los descubrió y dio la voz de alerta.

En pocos minutos, el caracol sagrado sonó convocando a guerra desde el teocalli. Los canales se llenaron de canoas que transportaban guerreros, por las calles corrían cientos de mexicas armados, las flechas y las lanzas volaban. Los muertos se apilaban, las aguas se teñían de rojo, unos perecían víctimas de las armas, otros ahogados al no querer abandonar su botín porque los puentes que conducían a tierra firme habían sido cortados.

Murieron cerca de 600 españoles y 900 tlaxcaltecas. Entre los que salvaron la vida, se encontraba Cortés.

Las crónicas coinciden en que lloró. Sí, sí lloró. Pero no tuvo tiempo de detenerse a hacerlo debajo de aquel árbol.

Recuerda Bernal Díaz del Castillo: “como Cortés y los demás capitanes le encontraron y vieron que no venían más soldados, se le saltaron las lágrimas de los ojos”.

La idea de un Hernán Cortés llorando y sentado al pie del ahuehuete de Popotla nació gracias a lo escrito por Francisco López y Gómora: “Cortés a esto se paró, y aun se sentó, y no a descansar, sino a hacer duelo sobre los muertos”.

La diferencia entre ambas versiones es inmensa y se debe a que Bernal Díaz del Castillo fue testigo presencial de aquella noche. En cambio, López y Gómora, aunque fue un destacado historiador, jamás vino al Nuevo Mundo. Lo que escribió fue lo que le contaron.

La verdad es que tan feroz fue la batalla de la Noche Triste que el conquistador perdió dos dedos de la mano izquierda. Cientos de muertos quedaron esparcidos por el camino. Muertos de uno y de otro bando.

Al amanecer, los españoles y sus aliados se encontraban por el rumbo de Popotla, pero no tuvieron oportunidad ni ánimo de sentarse a llorar su derrota.

Por tanto, la historia de Hernán Cortés llorando al pie del árbol durante la Noche Triste, es falsa.

Hernán Cortés was last modified: agosto 31st, 2017 by Carlos Eduardo Díaz

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