Abel Quezada

Les presento aquí el penúltimo invento político del Dr. Pitpit: el útil aparato que lleva el nombre de “adulador automático”. Se quita el sombrero a cada momento, es calvo para no despertar envidias, enciende cigarrillos al jefe y está provisto de un “cosquillómetro”, botón que se aprieta y el autómata se ríe de los chistes del funcionario. El adulador automático es un robot que todo político debe tener a su lado, tiene cara de idiota para que el jefe se luzca, poniéndole toda clase de apodos; es acolchonado en la parte posterior para recibir patadas cuando el jefe se enoja, cuenta con fuelle que le permite hacer reverencias y un tocadiscos que repite incesantemente: ¡señor!, ¡señor! Sí, sí, sí. ¡Diga usted señor! El único combustible que necesita para funcionar son unas palmaditas en la espalda y, además, no tiene familia ni problemas de dinero. ¡Una maravilla!

“El poder es el tema de Abel Quezada, es decir, la sospecha de que detrás de sus máscaras no hay nada”, dice el escritor Fabrizio Mejía Madrid, y es cierto. El caricaturista, historietista y escritor –que lo mismo fue chofer de un camión que transportaba electricistas en Comales, Tamaulipas, que sembrador de tomate a las orillas del río Guayalejo– impone, desde 1942, un estilo único como dibujante: la crítica social y política a través del arte.

En 1936, como estudiante de Comercio y Administración en San Luis Potosí, Quezada hace un viaje a la Ciudad de México, la expedición que marcaría su vida al obtener su primera comisión como dibujante. Escribe e ilustra las historietas Ídolo rojo y Máximo tops. Esta travesía le permitiría conocer a Germán Butze, creador del cómic Los Supersabios, quien le permitió publicar sus primeros trabajos en la revista “Chamaco Chico”. Para 1942 ya había inventando a los personajes Máximo Tops y la Mula Maicera.

Un año más tarde, Abel decide comprar un terreno de 72 hectáreas en el sur de Tamaulipas y abre el rancho “La Esperanza”. Siembra tomate. Conoce al berrinchudo generoso y polémico agrónomo y economista, Manuel Marcué Pardiñas. Gana y pierde, pierde y gana.

Regresa a la capital del país para colaborar en el diario Ovaciones y publica a Los Tarzanes y Los Mariachis en la revista Pinocho. Durante esa época inventó a uno de sus más entrañables personajes, el Señor Pérez, un hombre de clase media que utilizaba traje y corbata pero que su opinión nunca era tomada en cuenta.

En 1946, Abel Quezada viaja a Nueva York y gana un concurso mundial para anunciar un dentífrico. Instalado en un camerino dentro de un teatro de Broadway, –la cual fungía como su oficina–, el dibujante conoce a tiples, magos, músicos, actores y actrices. Se aficiona a la ópera y al saxofón.

Regresa a México en 1951 para realizar algunos trámites y conoce al poeta y escritor, Renato Leduc y al artista plástico, Juan Soriano. También conoce a una joven tan bonita que, cuando se la presentan le dice: “mucho gusto, ¿se quiere casar conmigo?”. Ella se ofende. Minutos después se casan, pero, como no llegaron a conocerse bien, hasta su muerte se hablaron de “usted”. Ella es Yolanda Rueda Quezada.

Transcurre el año de 1956 y es contratado por el diario Excélsior. En este diario saltarían a la fama sus personajes: El Charro Matías y el Perro Solovino, nacen El Tapado y Don Gastón Billetes, también conocería a Adolfo López Mateos, Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Joaquín Diez Canedo, Efraín Huerta, Alfonso Reyes, Carlos Monsiváis, Luis Buñuel, Salvador Elizondo y David Alfaro Siqueiros.

Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas, como se dice. Luego del golpe del presidente Luis Echeverría contra Excélsior, Quezada fue expulsado junto con Julio Scherer y su grupo de colaboradores más cercanos. De este suceso, surgiría, precisamente, el personaje de El Tapado; y como una crítica a los nuevos ricos del Grupo Monterrey, nace la Dama Caritativa de las Lomas.

A partir de 1976 colaboró en el periódico Novedades, trabajo que le mereció el Premio Nacional de Periodismo de México (1980). Al año siguiente, se trasladó a Nueva York, contratado por el semanario The New Yorker, donde reinó la técnica de la acuarela en al menos una docena de portadas que realizó para el medio estadounidense.

En 1989 se retiró de la actividad periodística, publicando sus últimos cartones en casi todos los periódicos de México, del 27 al 1 de abril. Dispuesto a alejarse definitivamente del diarismo, concluiría: “trabajar en el periodismo crea una adicción a la tinta, al papel, a la miseria, al triunfo efímero y a la muerte diaria”.

El 28 de febrero de 1991, murió Abel Quezada a causa de una leucemia diagnosticada siete meses antes. De un legado rebelde, su epitafio puede provenir de su obra: “como dibujante fui magnífico escritor”.

 

Abel Quezada was last modified: agosto 31st, 2017 by José Luis Montenegro

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