La Catedral metropolitana —como monumento de la fe, el sitio de evangelización y el que, sin duda, resguarda nuestro sincretismo como mexicanos— ha sido la representación por excelencia de la belleza histórica que rememora nuestra identidad. Una de las majestuosidades resguardadas por la Catedral es el altar o retablo de los reyes, construido entre 1728 y 1725 por Jerónimo de Balbás.
© Emma Álvarez
La Capilla de los Reyes metropolitana fue dedicada a la Capilla Real de la Catedral de Sevilla. El altar de los reyes se construyó posteriormente, el cual alegoriza con estatuas a distintos reyes santos. No obstante de otras obras, también maravillosas de la época, como el retablo de la iglesia del Carmen en Celaya Guanajuato o incluso el retablo de la iglesia de Jesús María en la Ciudad de México, el altar de los reyes resultó el centro, el corazón de un mundo conquistado por otro, el cual se sigue visitando y también se le continúa rindiendo culto.
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El retablo, como perfecta obra barroca, respeta la simetría. A pesar de todo el adorno que la atavía, nada se encuentra en desorden o sin ningún propósito. Siempre será evidente la jerarquía, el orden en estas obras, por ejemplo, de arriba hacia abajo se encuentra Dios y los grandes monumentos que resguardan la fe. Al descender en el retablo se vislumbran los ángeles. Abajo se encuentran los hombres, en este caso los reyes.
El retablo de los reyes resulta una obra que puede ser admirada durante horas, quien lo visite podrá encontrar diversos detalles: las frutas, los animales que representan a los apóstoles, entre muchos aspectos más. El retablo resulta un lugar escondido de la catedral que deben descubrir los ojos de cualquier mexicano.
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