Para recibir a Agustín de Iturbide en la ciudad de Puebla, el 28 de agosto de 1821, las monjas del convento de Santa Mónica crearon un platillo que simbolizaba la bandera nacional: el verde, esperanza, con el chile poblano; el blanco, religión, con la salsa de nuez de castilla; y el rojo, unión, con la granada.
TRADICIONES
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Ya lo decía mi abuela: más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y si los mexicanos somos expertos en resumir esa sabiduría en frases breves, refranes y aforismos, las abuelas y los abuelos son los especialistas. Siempre tienen las palabras adecuadas, aunque hay veces que ni quien los entienda.
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Los mexicanos ni nos rajamos, ni nos abrimos, ni sentimos el menor miedo cuando nos enfrentamos al diablo. Lejos de la solemnidad, el diablo es motivo de risa, de burla, de picardía y de juego. Desde niños mostramos irreverencia y, además de hacer todo tipo de “diabluras”, jugamos con el patín del diablo, a ponernos los cuernos cada vez que posamos para una foto, lo dibujamos cómicamente dentro de las cartas de la lotería y nos subimos en los “diablitos” de las bicicletas.
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Tenemos un importante patrimonio de diseños y técnicas antiguas, que son parte de las expresiones artísticas indígenas, en nuestros textiles tradicionales: saber preparar un telar, escoger los hilos, limpiar e hilar en malacate el algodón. Hilar, tejer y brocar son parte de las habilidades de la mujer que, hilo por hilo, realiza su vestimenta: huipiles, blusas, faldas y rebozos, decorados con diseños diversos de flores, animales y figuras geométricas.
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Durante la Semana Mayor, los mexicanos –y turistas– que asisten al Cerro de la Estrella, se vuelven más católicos que el Papa. Ahí, cada año desde 1843 se conmemora y representa el viacrucis o Pasión de Cristo, la historia del sufrimiento –según la religión católica– del hijo de Dios por el perdón de los pecados de la humanidad; el camino de la cruz, el camino hacia la crucifixión.
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Nos encanta el bailongo, somos amantes de mover el bote, de bailar de cachetito, apretaditos, o sobre un ladrillo, cadenciosos, o dando maromas por el escenario, por lo que nos da lo mismo movernos al ritmo de la redoba o en un cha cha chá, con una cumbia sabrosa o un mambo agotador, porque lo bailado nadie nos lo quita.
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La gastronomía mexicana es una expresión de la cultura, historia, tradición y diversidad de nuestro país. En el comienzo fue el campo, la flora silvestre habitada por cientos de pequeñas variedades de mazorcas campestres. Hace más de siete milenios, nuestros antepasados comenzaron a cultivarlas en la zona sur del país, hasta inventar el maíz: símbolo del sol, del mundo y de la creación del hombre.
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Qué sería de la Historia, de los sucesos y personajes que la componen sin esa capacidad que tenemos los hombres de ficcionalizarlos, de imaginarnos el pasado con un toque de aventura, de drama o de romance. Ya bien decía el teórico francés Roland Barthes que el ser humano necesita generar relatos para darle orden y coherencia a ese transcurrir temporal que llamamos vida.
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Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón… Del 16 al 24 de diciembre, durante los nueve días que se inscriben en el novenario de la Navidad, los mexicanos celebramos y revivimos las tradicionales posadas. Según algunas versiones son puramente mexicanas, aunque existen otras que afirman que provienen de Andalucía, España.
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La tradición de montar representaciones del nacimiento de Jesús se remonta a la Italia del siglo XIII, cuando San Francisco de Asis, fundador de la orden franciscana, tuvo la idea de recrear este suceso con personajes reales, es decir, un “nacimiento viviente”, conformado por los habitantes de un pequeño poblado italiano llamado Rieti. Esta costumbre se popularizó en toda Europa, con lo que año tras año los recintos religiosos se daban a la tarea de organizar este peculiar evento. Sin embargo, con el tiempo y por fines prácticos, se empezaron a elaborar las figuras de María, José y el niño Jesús en barro y madera.