Los hombres no son nada, los principios lo son todo.
Por Patricia Galeana
Benito Pablo Juárez García era miembro de la nación zapoteca y hasta los doce años habló español. Pasó de sirviente a seminarista y fue el primer abogado que se tituló en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Fue maestro de Derecho romano, canónico y civil, así como de física experimental, en la misma institución que lo formó.
Gracias a su trabajo como abogado, eficiente y honesto, logró el reconocimiento en su comunidad. Entre sus escritos en materia jurídica destacan su propuesta sobre un nuevo régimen de propiedad, la división de poderes, las elecciones directas y una ley sobre impartición de justicia, que fue un primer paso para acabar con los fueros y privilegios de la Iglesia y del ejército.
Juárez recorrió los tres niveles de gobierno y los tres poderes. En el judicial fue juez, magistrado y presidente de la Suprema Corte de Justicia. En el legislativo: diputado local y federal, y en el ejecutivo: regidor del Ayuntamiento, gobernador de su estado en cuatro ocasiones, ministro de justicia, negocios eclesiásticos e instrucción pública y de gobernación, finalmente, fue presidente de la República desde 1858 hasta su muerte en 1872.
Rompiendo estereotipos
Desde que Miguel Hidalgo abolió la esclavitud y las castas en 1810, acción ratificada por José María Morelos en 1814, los liberales buscaron suprimir las diferencias raciales propias del régimen colonial, convirtiéndose todos en mexicanos. Juárez se occidentalizó y, en sí mismo, encarnaba el paradigma de quienes en el siglo XIX buscaban la incorporación de las comunidades indígenas a la modernidad.
Superó todos los obstáculos de una sociedad conservadora y racista. Destacó en la generación más brillante del siglo XIX mexicano, aquella que se fraguó en la lucha contra los caprichos de Santa Anna, el caudillo militar sin ideología y que que sufrió el trauma de la pérdida de más de la mitad del territorio, debido a la invasión y guerra de conquista territorial de Estados Unidos.
Hombre de pocas palabras, Juárez convencía más por la profundidad de sus conceptos que por su oratoria. Era un hombre alegre pero asumió una apariencia adusta, su formalidad infundía respeto, encarnó a la autoridad y fue el primer civil que se impuso a los militares. No solo fue un gran político, sino un estadista, es decir, diseñó políticas públicas de largo alcance, que trasciendieron el plano solamente político.
¿Sabías que México fue el tercer país en el continente que decretó la separación absoluta entre el Estado y la Iglesia, después de Haití y Colombia?
Como buen abogado, creyó que el respeto a la ley era el primer paso de una sociedad civilizada para lograr su bienestar. Consideró que la observancia del marco jurídico era la única forma de legitimación de un gobernante para hacerse respetar por los gobernados. La ley era el único aparato que debía vestir a la autoridad.
En torno a Juárez sucedieron algunos de los acontecimientos más importantes de la historia nacional: se consumó la (llamada) segunda independencia de México frente a la Intervención francesa, así como la independencia del Estado respecto de la Iglesia y del Ejército.
Las Leyes de Reforma que expidió Juárez en plena guerra civil marcaron el nacimiento del Estado laico. La ley de libertad de cultos concibió a la libertad religiosa como un derecho natural del hombre, “sin más límites que el derecho de terceros y las exigencias del orden público”.
Al triunfo de la República liberal, gracias al establecimiento de la educación primaria gratuita y obligatoria, la población femenina tuvo también acceso a la educación y pudieron iniciar su emancipación a través del estudio.
Foto: Israel Durán.
Un ejemplo a seguir
Los pueblos encuentran sus paradigmas en los personajes que han trascendido en su historia. México tiene en Juárez un ejemplo de la defensa de la soberanía nacional frente la intervención extranjera, del estado de derecho sobre el golpe militar, de la sociedad civil sobre las corporaciones, del laicismo sobre la intolerancia, así como de la reivindicación de la raza sometida contra la discriminación racial.
De la lucha contra el intervencionismo surgió la doctrina Juárez, la cual establecía que no debía buscarse el reconocimiento de las potencias extranjeras a cambio de tratados ruinosos, sino exigir un trato de pares, con el respeto a la dignidad que merece todo estado soberano. Dicha doctrina fue retomada por el presidente Venustiano Carranza al triunfo de la Revolución y posteriormente por el canciller Genaro Estrada. Estos principios se recogen en el artículo 89 de la Constitución mexicana vigente, que norma la política exterior del país: la no intervención, la autodeterminación de los pueblos, la solución pacífica de controversias, la igualdad jurídica de los Estados y la lucha por la paz.
¿Sabías que Juárez creó la primera escuela secundaria para señoritas?
México –escribió el presidente Juárez– es “un pueblo tan libre, tan soberano, tan independiente como los más poderosos de la tierra […] tengamos fe en la justicia de nuestra causa, tengamos fe en nuestros propios esfuerzos y unidos salvaremos a nuestra Patria” y a “los principios de respeto y de inviolabilidad de la soberanía de las naciones”. Ciertamente esos ideales hoy parecen utópicos, pero, recordemos, que a lo largo de la historia de la humanidad han sido las utopías las que han movido la parte más noble del espíritu humano.
Juárez es el símbolo de la defensa de la soberanía nacional frente a la intervención extranjera, de la república sobre el imperio, del federalismo sobre el centralismo y de la reforma liberal sobre la tradición conservadora, es el símbolo del estado laico, sin el cual no puede haber democracia.
Patricia Galeana. Historiadora. Catedrática en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente es directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
Foto: «Benito Juárez 3» por Israel Durán, CC BY-SA 3.0.
