En el balneario

Con un traje de baño del siglo pasado y lonjas acomodadas con calzador, Venustiano se dispone a irse al balneario en uno de tantos domingos que nos regala el año para hacer como que descansamos. Para eso, se junta con los de la colonia, los de la empresa o los de la prepa, y alquilan un camión desvencijado para aventurarse en el fascinante mundo del ligue dominguero al amparo del sol, el bronceador y uno que otro pasito de baile en un inocente paseo de cuates.

Sesenta realidades apeñuscadas en un transporte para cuarenta (de a tres por asiento, para ir más calientitos) salen a las siete de la mañana en pos de la carretera, mientras empiezan a digerir a bordo los primeros sangüiches de queso de puerco, las jericallas y las aguas de grosella, preparados por sus jefecitas, que siempre son unas santas. A partir de ese momento, el proceso alimenticio no se detendrá nunca, ni en la alberca, ni en los baños, ni en el danzón vespertino: una tras otra las viandas que comparte la colectividad irán acompañándose con una chela bien sudada, y otra, y otra, para darle sentido a la excursión tan deseada, que concede ciertas licencias en aras de estrechar los lazos amistosos entre los viajeros.

Llegando al idílico edén apretujado, ellas y ellos se van a ajuarear para desatar pasiones y provocar envidias, apareciendo los mallones de Bob Esponja y las camisetas de “Viva México ca…” o de la Virgen de Guadalupe. ¿Qué sería de nuestro país sin los balnearios? Son el monumento al cachondeo, al hacinamiento y a la sana distracción que a veces ni es sana ni es distracción, pero da lo mismo. Aceitados como biela de cigüeñal, las y los paseantes sacan a relucir sus pálidas carnitas y sus abdómenes triple ancho, para que ellas y ellos vean de lo que se están perdiendo por rejegos.

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En el balneario was last modified: abril 4th, 2016 by Mexicanisimo

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