¿Por qué escribo?

Me siento frente al teclado, con la firme determinación de escribir mi nota semanal. De pronto, fugaz y contundente, se cruza en mi horizonte la idea de que el tiempo invertido será inútil, que las palabras morirán en el ciberespacio sin ser correspondidas porque, como se repite a menudo, esta es una sociedad que no lee. De la nada, se me viene encima una avalancha de comentarios que se han vuelto verdades por repetición, sobre un mundo ignorante, la enfermedad de la prisa, la falta de educación de calidad, el analfabetismo funcional… ¿Tiene caso escribir para alimentar el olvido?

Pero me niego a creer en generalizaciones injustas y absurdas porque conozco a personajes maravillosos que leen con pasión, analizan con profundidad y escuchan con ternura a través de las frases en papel. Seres hambrientos, inquietos, con ganas de divertirse sin que les digan a qué hora reír o en qué momento llorar; gente que recrea los paisajes, que usa las palabras como la mitad del camino y aporta el resto en su cabeza. Entonces reconozco que por ellos escribo, por esos seres mágicos que me permiten asomarme a su vida envuelto en letras. No importa cuántos sean, son una bendición de Dios y por ellos me siento a preparar este y otros textos, aunque también escribo para mí mismo.

Debo reconocer, un poco con pena y un poco con aspiración, que escribo pretendiendo emular a quienes me marcan como lector: Alejandro Dumas, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Carpentier, Kafka, Vargas Llosa, Ángeles Mastretta, Javier Marías, Nadine Gordimer, Benedetti, Galeano, Monterroso, Isabel Allende, Carmen Boullosa, Saramago y, por supuesto, Gabriel García Márquez, que me llena de sueños, de gozo, de sonrisas y de envidia.

Mi memoria no tienen tantos megas para llegar tan lejos, hasta ese pasado cuando empecé a escribir; me detengo en aquellos momentos cuando escribía para gustarle a mi mujer, aunque ella me ha corregido tanto y con tanto detalle que ya no sé si algo de lo original (ni de lo actual) le gustó alguna vez. Parece que por esas fechas me quedé con el vicio, tratando de formar metáforas, si no de manera innovadora, al menos coherente. A veces pensaba que la creatividad venía de Dios y concluí que Él era muy tacaño conmigo. Más tarde decidí que la creatividad venía de adentro de mí, pero deseché la idea al comprobar con cuánta frecuencia estaba yo vacío. Algunos hablan de musas que por mi casa no pasan, tal vez porque no aceptan que le vaya a las chivas (a veces, ni yo tampoco). Deduzco que con este pecado será difícil reconciliarme con ellas.

Escribo con ayuda divina o sin ella; con hadas madrinas o con sátiros del infierno, con alcohol y sin alcohol; con luz brillante o la oscuridad de la ignorancia. Pero escribo; escribo para respirar, para quejarme, para amar, para pensar en papel; escribo para mostrarme que estoy vivo y soy capaz de llegar al gozo o al enfado y para hacerme un lugar minúsculo en el mundo.

Escribir es complejo, tenga o no tenga sentido, tenga o no tenga lectores. Por eso no queda otra más que empezar, y seguir, y seguir, corrigiendo, cortando, borrando. Si existen o no musas, duendes o la divinidad, eso es asunto de ellos, a mí lo que me toca, únicamente, es hacer el trabajo, entendiendo que es una falta de respeto escribir burradas que le quiten el tiempo a los lectores y los vacunen contra el placer de leer. Me toca escribir, corregir, revisar, verificar, y esperar que alguien se asome.

¿Por qué escribo? was last modified: agosto 31st, 2017 by Luis Jorge Arnau Ávila

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