La complejidad de ser ciudadano

Cuando de reclamar se trata, todos estamos apuntados en la lista, con agravios propios o inventados, dolores heredados o supuestos. Como dice Fernando Savater: “vivimos en una época en la que estar indignado goza de prestigio moral y social”.

Pero esta situación dista mucho de ser la esperada por un país que aspira a ser democrático. Por supuesto que indignarse es fundamental, es casi un requisito, pero no es ni el límite ni el objetivo de una vida.
Es erróneo pensar que ser ciudadano consiste en reclamar los derechos propios y tener absoluta libertad de hacer lo que a uno le de la gana, sin compromisos ni limitaciones, sin presiones ni requisitos. Un ciudadano tiene el derecho de quejarse, de exigir, de acusar, pero también tiene el compromiso de participar, de proponer, de cambiar las cosas. En ese segundo enfoque aún nos falta trabajar mucho. Hemos sido reacios a reconocer la inutilidad de vivir esperando que surja alguien, quien sea, ya sea autoridad política o religiosa, que nos aplane el camino y asuma en nuestro nombre el compromiso de crear los cambios. Esas personas –ya lo comprobamos– son tan escasas que casi no existen. Ese trabajo corresponde a los integrantes de la comunidad, quienes deben mantener una actitud vigilante y quejarse, indignarse ante los errores, las corruptelas y la ineficiencia, pero también integrarse en grupos, dedicando parte de su tiempo a las soluciones. Mientras sea una inmensa mayoría la que sólo ve, la que se abstiene, la que se mantiene en la orilla por ignorancia o franca apatía, las soluciones serán breves y muy esporádicas.

Seguimos alimentando al individuo que espera y se convierte en usuario. Los niños aprenden sobre sus derechos mucho más rápido que lo que aprenden sobre sus deberes; nuestro comportamiento cívico no coincide con nuestra exigencia de honestidad de los servidores públicos. Así, francamente, será imposible.
No hay caminos fáciles, no hay soluciones sin riesgo, porque no es cierto que los ciudadanos pueden dejar de ser políticos, eso es sólo un slogan. La política es parte de la democracia, de la cultura, del cambio. Hacer política no es hacer grilla, es crear condiciones para que la ciudadanía viva en convivencia y en paz. Nos guste o no, nos toca ser políticos, participar en la toma de las decisiones y en la vigilancia de las leyes. No somos simples clientes en un restaurante, somos al mismo tiempo comensal y cocinero, ese es el principio de la ciudadanía.

La complejidad de ser ciudadano was last modified: agosto 31st, 2017 by Luis Jorge Arnau Ávila

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