En el mero centro de Cuernavaca, esa ciudad repleta de barrancas y árboles frondosos, se alza un edificio macizo, similar a uno existente en República Dominicana, que nos habla de tiempos cuando todo empezaba a cambiar, pero todo seguía siendo como antes. Me refiero al antiguo Palacio de Cortés, testigo del paso del tiempo en la “ciudad de la eterna primavera”.
Transformado entre 1971 y 1974 por el INAH para convertirlo en un museo que contaría la historia de la urbe, su estilo y arquitectura responde a lo que actualmente se conoce como un castillo-palacio de finales del siglo XV y principios del XVI, un tipo de edificio en el que podemos observar los cambios que existían en esa época, donde los castillos a pesar de seguir sirviendo como un lugar para defenderse, también comenzaban a funcionar como lugares lujosos donde los nobles podían vivir cómodamente, dando como resultado un edificio con paredes altas y fuertes, que al mismo tiempo tienen galerías abiertas al exterior.
La historia de este edificio comienza en el año de 1521, poco después de la Conquista de México-Tenochtitlán. Hernán Cortés, por sus servicios a la Corona española, recibió como premio muchas tierras que años después formarían el Marquesado del Valle, entre ellas Cuauhnahuac. Tres años más tarde, en 1524, Cortés decidió mandar a construir una pequeña torre de vigilancia sobre los restos de un templo prehispánico. Poco tiempo después, mientras tenía lugar la expedición a Honduras, los administradores de don Hernán decidieron permitir la construcción de un pequeño templo franciscano junto a la torre.
Para el año de 1527, una vez que el flamante conquistador había regresado de su aventura por el sur, hizo una nueva expansión por la cual el pequeño templo se incorporó al palacio, el cual mantuvo su aspecto de fortificación. Sin embargo, los problemas que tenía con muchos españoles en México le impidieron disfrutar de su nueva residencia, puesto que tuvo que ir a España por orden del Rey para ser juzgado.
Regresó en 1530, para encontrarse con que tenía prohibido vivir en la Ciudad de México, y aunque podría haberse ido a su casa de Coyoacán, decidió mejor vivir en el calor de Cuernavaca, para lo cual decidió hacer nuevas obras en su palacio con la intención de que todo el que lo visitara y viera entendiera la importancia de sus dueños. Dentro de estas modificaciones estuvieron las bellas galerías que aún hoy podemos apreciar y desde las cuales el marqués podría disfrutar de las vistas y los atardeceres. Además, hizo construir alrededor del palacio una muralla donde colocó cañones, para defenderse de sus enemigos en México. Entre el palacio y la muralla quedó una plaza abierta donde sus descendientes podrían practicar con la espada, aprender a montar y a donde llegarían las visitas, ya fuera a caballo o en sus carrozas.
Pero los problemas para Cortés siguieron, y en 1540 tuvo que regresar a España para intentar platicar con el rey, viaje del que ya no regresaría. Los herederos de Cortés mantuvieron sus problemas con la Corona y las autoridades en la Ciudad de México, por lo que a partir del siglo XVII la familia de Hernán Cortés se mudó a Italia, para nunca regresar, quedando el palacio bajo cuidado de algunos administradores. Sin embargo, fue a partir de este momento que el palacio comenzó a ser abandonado, perdiendo el brillo que había tenido en épocas anteriores. A partir del siglo XIX el palacio tuvo diferentes usos (en él estuvo preso José María Morelos y Pavón, y sirvió como despacho oficial de Maximiliano) y también sufrió diferentes modificaciones, entre ellas la destrucción de las murallas que lo rodeaban o la inclusión de los murales de Diego Rivera en 1930. En 1971 el INAH decidió convertirlo en el Museo Regional Cuauhnáhuac, situación en la que se mantiene hasta hoy.
Nota: El Palacio actualmente se encuentra cerrado debido a las afectaciones que sufrió por los terremotos del mes de septiembre.
Foto principal: «Palacio de Cortés, Cuernavaca» por Wiper México, CC BY-SA 3.0.
