Un personaje de película: charro enamoradizo, hombre de tercas convicciones, valiente y atrabancado, cariñoso pero explosivo, que murió con la misma fidelidad a la tierra con la que vivió, dando origen a una leyenda casi religiosa que, a partir de entonces, reivindica en su nombre todas las luchas agrarias.
Nacido un 8 de agosto de 1879, en Anenecuilco –pueblo que ejemplifica las poblaciones indígenas explotadas por siglos–, Emiliano hizo su propia revolución que coincidió, casi por accidente, con la otra que afectó al resto del país. A diferencia del movimiento nacional, sus objetivos nunca cambiaron y el logro de ellos nunca fue negociado a cambio de nada, dándole a Zapata esa imagen terca a ultranza que resistió todo tipo de arreglos y que lo incomodó ante los otros caudillos, quienes tenían intereses diferentes a la regularización de las tierras. Por eso no fue realmente aliado de nadie y solamente tuvo socios temporales, incapaces de entender la compleja sencillez de su lucha.
Tras la renuncia de Porfirio Díaz, León de la Barra asumió la presidencia interina y declaró a Zapata un forajido. Madero y Zapata tuvieron, sin embargo, un breve acercamiento en Yautepec, pero no pudieron caminar juntos. Tras la reunión que sostuvieron, en agosto de 1911, era evidente que la teoría del próximo presidente no consideraba los sueños del campesino y la paciencia del morelense era más breve que la parsimonia de Madero. Por eso Zapata redactó y firmó (apoyado por Otilio Montaño) el Plan de Ayala, el 25 de noviembre de 1911, apenas unos días después de la toma de posesión de Madero, para darle forma a su revolución particular y marcar diferencias con el nuevo gobierno cuya debilidad para cumplir los sueños zapatistas fue evidente.
A la muerte de Madero, Zapata desconfió de todos aunque se dejó cortejar en la distancia. Los emisarios iban y venían mientras la vorágine por el poder envolvía al país: Pascual Orozco, Carranza, Eulalio González, Villa, hasta que la cuerda se tensó al exceso y una traición resolvió el problema que representaba aquel caudillo.
Zapata fue asesinado en Chinameca el 10 de abril de 1919, aunque la tradición popular lo ha mantenido vivo y acechante, y su imagen ha sido utilizada como escudo pero también como excusa por grupos y partidos políticos por más de un siglo. El ídolo morelense dejó una enorme huella no sólo en su estado sino en todos aquellos que ven en la tierra una extensión de sí mismos, de ahí que su actuación y su plan de 1911 le conceda un lugar preponderante en nuestra historia.
Semblanza presente en el libro El mexicano del año, de Editorial Paralelo 21.
Ilustración: Nuestra tierra por José Luis Ceballos.