Es más que evidente que, para cambiar a México, los caminos a elegir son innumerables. Sin embargo, eso de avanzar de común acuerdo parece que nos da urticaria.
Luis Jorge Arnau Ávila
-
-
Con persistencia envidiable, la luna se asoma, a veces con el rostro pleno, a veces solo sonriendo en blanco, a mirarnos, dándonos una nueva oportunidad de acercarnos a la belleza.
-
Aunque no es solo una característica mexicana, en nuestro país no hay nada más sabroso, en más de un sentido, que la cocina.
Por supuesto, aquí se bautiza un pollo con mole y se dan a luz los huauzontles, pero sus alcances van mucho más allá de las quesadillas con flor de calabaza y los nopalitos navegantes, del chocolate con piquete y la salsa de tamarindo. La cocina mexicana es el lugar preferido de Dios en esta tierra.
-
Aparecen donde menos lo esperas, en un crucero de avenidas, en un parque, en las fiestas infantiles, hasta en las corridas de toros, y se adueñan del espectáculo y la atención del público recordándonos que, en el fondo, todos somos niños. Desinhibidos amos de la ternura, hacen del pastelazo una delicia y de la extravagancia un arte, con sus zapatos enormes y la cara embalsamada de colores, mientras revuelven las palabras para gobernar con desparpajo a su audiencia y mostrarnos que la risa es no solo una catarsis sino un gran puente para encontrar amigos.
-
Podemos sentirnos cansados ante tanto desatino, ante tanto conflicto político-periodístico-social, ante nuestra suerte lamentable, ante las injusticias, la impunidad y el desorden, y rasgarnos las vestiduras por un país descolorido que parece irse al despeñadero. Quejarnos se vale.
-
Nos encanta el bailongo, somos amantes de mover el bote, de bailar de cachetito, apretaditos, o sobre un ladrillo, cadenciosos, o dando maromas por el escenario, por lo que nos da lo mismo movernos al ritmo de la redoba o en un cha cha chá, con una cumbia sabrosa o un mambo agotador, porque lo bailado nadie nos lo quita.
-
El país se presta para el amor en las plazas y en los malecones, en los parques y hasta en el camión que nos ayuda a estar apretaditos; hágase pa’cá, mi reina, que yo la protejo de todo mal y peligro, excepto de mis intenciones que pueden ser lujuriosas pero muy buenas, casi decentes.
-
Viene la temporada esperada y, entre apuestas y críticas a los seleccionados, el glamour se desborda y todos nos sentamos en la butaca a mostrar que somos conocedores y expertos, aunque nuestra experiencia en esto del séptimo arte no vaya más allá de Transformers 9, de El nieto de Terminator o La risa en vacaciones 37. Tampoco diremos que la última película mexicana que vimos era con Mauricio Garcés y la única europea haya sido Amélie.
-
Cuando de reclamar se trata, todos estamos apuntados en la lista, con agravios propios o inventados, dolores heredados o supuestos. Como dice Fernando Savater: “vivimos en una época en la que estar indignado goza de prestigio moral y social”.
-
Hace algunos años dedicamos un número de Mexicanísimo a hablar de nuestros mares. Fue el número 45. De esa experiencia, además de reconocer la belleza de los litorales y el delicioso sabor de los platillos que desde las costas inundan nuestra cocina, pudimos reconocer que, pese a la enorme riqueza que tenemos, el nuestro no es un pueblo marino.