Por lo menos, en tres ocasiones antes de esta hemos estado tentados a cerrar, cansados de nuestra propia incapacidad para convencer a la gente de la utilidad de nuestro proyecto, pero también ligeramente “cagados” del esquema de corrupción al que se busca someter a la cultura.
Somos un medio ridículamente pequeño y, aún así, tuvimos por lo menos cuatro peticiones directas de soborno, claras y descaradas: por unos funcionarios panistas que trabajaban con Yunes en el ISSSTE, por un senador priista del norte del país, por unos empleados peñanietistas que pedían “moche” para comprar suscripciones y por un perredista a cambio de publicidad. No puedo decir que los de Morena sean santos, simplemente nunca se han dignado ni a atendernos (con la excepción de Taibo quien, pese a ciertos comentarios negativos míos, fue muy receptivo para algunos proyectos, es honorable y justo decirlo). Acusar esa corrupción es complicado por la imposibilidad de probar lenguajes sesgados e insinuaciones a menos que grabáramos las conversaciones con las “invitaciones” que nos hacían a entender que así es la vida y ni modo.
Todo esto, por supuesto, se compensa con creces con otras memorables excepciones de gente que hace trabajo institucional casi heroico en sitios que quiero mencionar y aplaudir, como el INAH, el INBA, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), la Conabio, Fonart, varias oficinas estatales —que hacen verdaderos milagros con un presupuesto raquítico—, y otros más.
En trece años uno ve muchas cosas que le gustan y cosas terriblemente molestas. Pero se balancea al descubrir gente que trabaja en los albergues para migrantes, que capacita a indigentes, que construye bancos de alimentos, promotores culturales con su propio dinero, que tocan mil puertas aunque les cierren 1,001. Gracias a quienes luchan arriesgando su vida por proteger el medio ambiente y a gente que decidió creer en sí misma, pese a todo y pese a todos.
Dentro de los eventos memorables vividos están aquellas ferias de lectura en Los Ángeles, donde familias migrantes tratando de superar su situación buscaban en otra tierra seguir teniendo vínculos apasionados con su patria y su idioma. Personas orgullosas de vivir dos realidades pero que, pese a ser casi expulsadas de México, mantienen vínculos de afecto y de cultura con el pequeño mexicano que siguen teniendo dentro. Hablar con ellos fue un impulso a mantener raíces y ampliarlas más allá de las fronteras, donde habitan mexicanos excepcionales, luchando por apoyar lo bueno de la tierra que dejaron.
Foto de Luis Jorge Arnau